Existen en el mercado los bombillos fluorescentes compactos de 18 watts, denominados en varios países como bombillas “ahorradoras”, de diversa fabricación, mayoritariamente China, tienen aproximadamente la misma capacidad lumínica que una tradicional de filamento de tungsteno de 100 watts pero tienen mayor duración.
Pero no todo es color de rosa. Estos bombillos contienen vapores de mercurio (Hg), un metal altamente tóxico, por lo que se deben extremar los cuidados a la hora de deshacerse de ellos si se rompen o queman.
¿Qué hacer ante la ruptura de una bombilla fluorescente?
La Agencia de Medio Ambiente de la ONU ha publicado los 10 pasos a seguir antes de arrojar a la basura un bombillo roto, después de haber evacuado la habitación durante por lo menos 15 minutos y haber abierto las ventanas:
- Usar guantes protectores;
- Cubrirse la boca;
- Conseguir una caja (no una bolsa);
- Recoger los fragmentos grandes y colocarlos en la caja;
- Recoger las astillas y pedazos pequeños con un papel o un pedazo de cartón y colocarlos en la caja;
- Limpiar la zona utilizando un paño húmedo;
- Poner el paño húmedo en la caja;
- Sellar la caja utilizando cinta adhesiva;
- Rotular el contenido de la caja “MERCURIO”;
- Llevar la caja a un área donde se traten los desperdicios potencialmente peligrosos.
En Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea cientos de empresas se dedican a reciclar estos bombillos y tubos casi en su totalidad y cada usuario sabe dónde acudir. ¿Y en Latinoamérica? ¿A los vertederos municipales?
The Ellsworth American, de EEUU, publicó un artículo donde relataba los costos en los que incurrió Brandy Bridges, un ama de casa de Maine, cuando por accidente rompió un tubo “ahorrador”. El costo de la instalación en su dormitorio (tubo más mano de obra) era de 4,28 dólares en esa ciudad, pero tuvo que pagar 2.000 dólares más a una empresa de limpieza ambiental, ya que encontraron en el dormitorio niveles de mercurio seis veces más altos que el nivel considerado “seguro” en ese estado.
Pero la ruptura de una sola bombilla “ahorradora” en una habitación podría no representar mayor riesgo para la salud, ya que uno típico contiene de 4 a 8 mg de Hg.
Ejemplo: si se rompe un foco en una habitación mediana de 25 m3 el Hg se volatilizaría y resultaría una concentración de Hg en el aire de esta habitación de 0.2 mg/m3.
En una hora esta concentración disminuiría hasta llegar a casi cero. En Estados Unidos el límite riesgoso de una exposición promedio es de 0.05 mg/m3 de vapor de Hg metálico durante 8 horas. En nuestro ejemplo, comenzando con un valor estimado de 0.2 mg/m3 y asumiendo que el aire se renueva completamente en una hora, el promedio de la concentración de Hg durante 8 horas sería de 0.025 mg/m3.
Por tanto, el peligro no radica en la exposición a la ruptura de un único foco sino a la acumulación del Hg en el cuerpo, donde sí puede producir efectos tóxicos en el sistema nervioso central, en los riñones y en el hígado.
Luego, aunque estos focos contengan poco Hg es posible que causen serio daño si se tratan como basura corriente, ya que el Hg de los vertederos puede ingresar al aire y al resto del medio ambiente.
Sorprende que los ambientalistas apoyen el uso de estos focos “ahorradores” que, por ahora ni en el futuro cercano, no pueden fabricarse sin Hg.
Estas mismas personas se ponen frenéticas con solo pensar en el Hg que despiden las plantas de energía y en la presencia de Hg en ciertos animales marinos y han generado tanto temor al Hg en el público que muchos gobiernos han lanzado programas hasta para reemplazar los termómetros de Hg.
Así Environmental Defense, un grupo activista que impulsa el uso de bombillas “ahorradores” en Estados Unidos, y en su página web define al Hg como “un metal pesado altamente tóxico que puede producir daño cerebral y dificultades de aprendizaje en fetos y en niños” y como “una de las formas de contaminación más venenosas”.
Greenpeace también recomienda las bombillas “ahorradoras” y simultáneamente deplora la contaminación producida por una fábrica de termómetros en India. Es más, los focos “ahorradores” no se fabrican ni en EUA, Canadá, o en la Unión Europea, donde existe una estricta regulación ambiental, sino en India y China, con estándares ambientales virtualmente inexistentes.
Así, mientras los comerciantes de estos bombillos y los ambientalistas alaban los ahorros en costo, sospechosamente omiten mencionar los costos personales y para la sociedad en deshacerse de ellos. Estos bombillos son mucho más caros que los incandescentes, emiten luz considerada de inferior calidad, representan una pesadilla si se rompen y requieren métodos de limpieza especiales.
¿Debe el gobierno imponernos costos tan altos, además de negarnos el derecho a elegir la fuente de iluminación, enfrentarnos a graves riesgos por su ruptura sin estar contemplados los métodos de su eliminación, solo para ahorrarnos un poco de dinero en nuestras facturas eléctricas?
¿Deben implementarse sistemas de gestión completos que nos brinden opciones confiables para eliminar los desechos peligrosos mientras se apoya la masificación del uso de los mismos que radican en la disminución de las tarifas por luz que pagamos y por los beneficios al medio ambiente que tienen?