Cada día el Morro despierta con el amanecer teñido de tonos dorados y rosados, el mar se sereno, listo para recibir a los pescadores que salen en sus humildes embarcaciones. Aquí, la pesca es la forma de vida que conecta a la comunidad con la naturaleza y entre sí.
Hace mas de 20 años que no venía por aquí, respiro y el olor del pesacado me invade por completo. Estoy de pie frente a la playa viendo como hombre mujeres y niños, realizan la pesca de la sardina desde la orilla del mar.
Este morro se desprende como un delgado brazo verdoso fundiéndose con las aguas azules del mar caribe, en la península de Paria. Cada risco y peñón de esta accidentada geografía parece tener vida propia, como si fueran los vigilantes pétreos de un paraíso terrenal.
El susurro de las olas se confunde con las risas de los niños jugando en las calles del pueblo.

Cierro los ojos e inhalo profundamente, transportándome a los días de mi niñez en Rio Caribe cuando iba a visitar a mi abuelo. El Morro de Puerto Santo, se ve a lo lejos como un centinela silencioso que ha velado por las costas de mi amada tierra oriental por más de cuatro siglos.
Una gaviota cruza velozmente mi campo de visión y me saca de mi ensoñación momentánea. Es la llamada del presente que me obliga a pisar de nuevo la realidad.
La realidad de que pronto estaré lejos, añorando con cada fibra de mi ser los colores, olores y sabores del oriente de Venezuela, extrañando ese sol ardiente y con el alma latente este rincón mágico que me vio crecer.
Explora en 360 el Morro con esta imagen que subi a mi FB: