El sistema de organización social que hemos desarrollado y defendido fieramente en los últimos siglos, llámese CIUDADES nos separa rápidamente de la naturaleza y nuestro deseo de sentir una parte de ella entre nosotros, se refleja en nuestros jardines y mascotas.
Las ciudades como centros poblados se plantean la obtención de sus sustento del “Campo”, que representa hoy día un espacio que ya ni los niños saben exactamente que significa, cuando pregunta a un niño o niña, e incluso ya más avanzados en edad, como es la planta del tomate, la de la patilla o el dibujo del plumaje de un ave que no sea una gallina difícilmente sabrá como describirlo. Para el momento de la graduación de muchos estudiantes del bachillerato éstos jamás habrán visto en vivo las plantas o animales que vieron en las fotos de los libros de clase, aún y cuando, sean animales o plantas venezolanos.
Los seres humanos tenemos mascotas desde hace más de 11.000 años (once mil!!!) y en la actualidad las aves ocupan el quinto lugar entre los grupos animales de preferencia para tal fin, superado por perros, gatos y otros mamíferos pequeños.
Bajo esa visión citadina lo mejor es criar y comercializar legalmente las aves u otros animales que bajo un reglamento jurídico (consiente de las debilidades) permita la tenencia de loros, pericos, guacamayas o cualquier otra especie. En nuestro sentimentalismo proteccionista hemos cerrado jurídicamente esta posibilidad y eso ha generado un mercado ilícito indetenible, creciente y con complicidad de todas y todos los involucrados incluyéndonos (¿quien no tiene en su casa o de un familiar directo un loro o morrocoy venezolano?). La legislación es cada vez más estricta en cuanto a la protección de nuestra fauna, las sanciones son cada vez más severas y el tráfico ilegal va creciendo en una relación directamente proporcional, cuanto más restricción legislativa, mayor tráfico ilegal, que sigue acabando con nuestra fauna y flora por las prácticas devastadoras de extracción.
De sumar la totalidad de loros reales (Amazona ocrocephala) que estan hoy en cautiverio en casas venezolanas obtendríamos un número de miles de individuos que representan un alto porcentaje de la población nacional, considerando cuantos mueren en el proceso de extracción y tráfico ilícito. Es por estas razones que en mi humilde opinión considero necesaria la discusión de la legislación actual y las posibilidades de permisar zoocriaderos que reproduzcan y comercialicen especies de nuestra fauna con fines domésticos en forma ambientalmente sustentable y abordando a la comunidad con planes y propagandas que eduquen a los colectivos acerca de los cuidados necesarios para la tenencia responsable de sus mascotas, que cubran desde los populares perros y gatos, pasando por aves como loros, pericos y guacamayas e incluyendo los reptiles, como serpientes que se hacen cada día más populares.
En todo caso, en un mundo utópico visionado por los ambientalistas de principios proteccionistas las ciudades desaparecerán como sistema de organización social y viviremos rodeados de cultivos que permitirán la autosustentación de pequeñas comunidades que vivirán rodeadas de naturaleza, con un consumo mínimo de energía, la que a su vez, será obtenida sin generar residuos o desechos para el planeta. Mientras esperamos ese momento debemos enfrentar la realidad de la perdida de miles de hectáreas diarias de bosques, la quema de millones de barriles de combustible fósil y el crecimiento demográfico que exige a los gobiernos del mundo su derecho a una vivienda propia.
Me pregunto ¿Por cuánto tiempo podremos todos los nacidos pedir una vivienda propia? O es que ¿los terrenos para soluciones habitacionales son ilimitados? Recordemos que las necesidades son crecientes, jerárquicas e ilimitadas, sin embargo, los recursos naturales son finitos.
Para la captura de crías de monos y su venta como mascotas, por lo general, matan a su madre y otros miembros de la familia que intenten ayudar; y en el caso de los loros, muchas veces cortan el árbol entero para obtener las crías de un nido. Para reforzar la idea de la comercialización de fauna hagamos una comparación con la flora, entonces les invito a asistir a una exposición de orquídeas cualquiera y allí podrán adquirir ejemplares de especies que existen en la naturaleza sin cortar un árbol. ¿Qué nos impide repetir esta experiencia con la fauna? ¿tiene la flora un derecho a la vida distinto al de la fauna?
Como reflexión final, debemos considerar cuanto consumimos y por cuanto tiempo nuestro planeta podrá resistir ese ritmo de consumo y contaminación; lo importante es consumir cada día menos y generar en nuestros hogares, tanto como sea posible, nuestro propio alimento con huertos familiares u otras alternativas sustentables.
Rafael Fernández Trómpiz
Est. PFG Gestión Ambiental MS-UBV
Marzo 2012