Dragón de Luz
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Vivió 2 años en un árbol para salvarlo

Cuando Colón pisó América por primera vez, Luna (una secuoya de casi 70 metros de altura) tenía ya 500 años. El 10 de diciembre de 1997 cuando su tronco sobrepasaba los 1000 anillos, el destino y una motosierra se cruzaron en su cepa. Julia Butterfly Hill, una activista de 23 años, decidió interrumpir lo inevitable y encaramándose al árbol impidió la inminente tala.

Pasó 738 días entre sus ramas y sin poner un solo pie en tierra obligó a la compañía maderera, tras durísimas negociaciones, a indultar el árbol y a todos sus hermanos cercanos.

“Nadie tiene derecho a robar al futuro para conseguir beneficios rápidos en el presente. Hay que saber cuándo tenemos suficiente…” Julia Butterfly Hill en su libro “El legado de Luna”

Julia Butterfly Hill permaneció 738 días en sus ramas; sobrevivió al frío, a las tormentas, a la soledad y a las coacciones de la empresa que quería talar el árbol. Su increíble historia se ha convertido en un libro, “El legado de Luna”, un alegato a favor de la Naturaleza y la conservación del ambiente.

El legado de Luna

La historia de una mujer, una secuoya y la lucha por salvar el bosque

¿Qué estarías dispuesto a hacer para proteger a tus seres queridos o al hogar que tanto te ha costado conseguir?

Si una aplanadora amenazara con llevarse por delante tu casa, tras la aprobación de un nuevo plan urbanístico, ¿te plantearías hacer una sentada para impedir que la derribaran?

Muchas veces hemos visto escenas parecidas en el cine. Vecinos que se niegan a abandonar sus hogares, personas que emprenden desgarradoras huelgas de hambre… Ficción o realidad, acciones como éstas siempre dependen del grado de implicación y apego hacia esa pertenencia y del coraje que uno posea.

Queremos que nuestros hijos dispongan de parques y jardines donde jugar y respirar un poco de aire puro entre tanta contaminación urbana, pero, a pesar de este deseo, no se nos ocurriría nunca subirnos a un árbol para evitar que lo talaran. No consideramos a los árboles como una pertenencia valiosa, como nuestra casa, por la que debamos luchar. Pocos son, por tanto, los que emprenden acciones «diferentes» y comprometidas.

Julia Butterfly Hill es la excepción que confirma la regla. «Nadie tiene derecho a robar al futuro para conseguir beneficios rápidos en el presente. Hay que saber cuándo tenemos suficiente», afirma en El legado de Luna, su testimonio escrito de los dos años que pasó en lo alto de la secuoya milenaria, llamada cariñosamente por los activistas Luna, para preservarla de la tala. Hasta la gente que, habitualmente, vive despreocupada por las cuestiones medioambientales, le dan la mano con admiración y valoran de forma muy positiva su valor.

Las industrias madereras hace mucho que «roban al futuro» talando los bosques de forma masiva e insostenible, impasibles ante el proceso que sus actos desencadenan.

Si se deja a una colina sin árboles, la fuerza de la lluvia arrasa todo a su paso porque no queda nada para sujetar el suelo y las rocas. Además, al modificar el hábitat, muchas de las especies podrían llegar a extinguirse.

Y, puesto que las sanciones que se les impone a estas empresas son ridículas con respecto a las ganancias que perciben, les es mucho más rentable violar las leyes que respetarlas.

Pacific Lumber es una de estas empresas madereras, a la que desafió Julia hasta conseguir su propósito: preservar su secuoya y todos los árboles que se encuentran en un radio de 60 metros a la redonda.

La batalla que libró Julia Butterfly desde lo alto de la secuoya no fue, sin embargo, una batalla en solitario. A pesar de que llegó a estar en desacuerdo con los miembros de la organización ecologista con la que colaboraba, éstos se encargaron de suministrarle comida y todo lo necesario para subsistir.

Poco a poco Julia fue ganándose la simpatía de muchas personas: desde famosos como Bonny Raitt, Joan Báez o Woody Harrelson, que subieron a Luna a visitarla, hasta algunos de los leñadores que acabaron tomando conciencia de su lucha.

Julia Butterfly, desde la secuoya Luna, atendió a los medios de comunicación, que la empezaron a tomar en serio a medida que transcurrían los meses. Para ello, hizo uso de cargadores de batería de teléfono móvil que funcionan con paneles solares. Un ejemplo de que la tecnología alternativa no sólo es posible, sino también muy útil en situaciones extremas.

Recorriendo las páginas de El legado de Luna uno toma conciencia de la fortaleza física que puede proporcionar el reto de conseguir los propios ideales. Julia Butterfly Hill sigue insistiendo hoy día, desde su Fundación Circle of Life, en que una sola persona puede cambiar las cosas, aunque para ello deba vivir en un árbol.

La historia

La Pacific Lumber, tenía previsto talar el árbol, así como otros magníficos ejemplares de su misma especie, en uno de los más hermosos bosques de California. Julia Hill no estaba dispuesta a consentirlo y se encaramó a lo alto del árbol. Julia se había comprometido a conservar las secuoyas californianas cuando, casi por casualidad, entró en el bosque y sintió la grandiosidad de los árboles y la majestuosidad de sus años. Entonces decidió que debía hacer algo por ellos.

La vida de Julia cobró un nuevo significado. Un accidente de tráfico le había causado, tiempo atrás, una pérdida de memoria temporal y la había mantenido casi inmóvil durante un año. Salvar a las secuoyas se convirtió en una llamada espiritual para Julia.

Los conservacionistas californianos tomaron a “Luna” como un símbolo contra las devastadoras prácticas de la tala, después de que las fuertes lluvias causaran un barrizal que arrasó una docena de casas. Julia se unió activamente a las protestas. Un día, uno de los activistas, sentado en un árbol, preguntó a la multitud de simpatizantes: “¿Puede alguien posarse en “Luna”?”. Julia respondió con entusiasmo: “¡Yo lo haré!”. La joven escribe en su libro que “no sabía nada acerca de sentarme en un árbol, pero había venido a hacer algo por el bosque y, finalmente, esto era algo”.

“¿Tienes alguna experiencia?”, le preguntó el activista. “No, pero soy rápida aprendiendo”, fue su entusiasta respuesta.

El compañero ecologista precisaba una persona que pudiera comprometerse, al menos, cinco años. Ella estuvo de acuerdo y el hombre, indeciso, terminó por aceptar su ofrecimiento. Así empezó una increíble sentada en un árbol gigante que, al principio, Julia creía que no duraría más allá de unas semanas.

Julia tenía entonces 23 años. Subió al árbol y allí estuvo viviendo sobre una plataforma de 2×2 metros, cubierta por una lona. Sobre ella, había otra plataforma, de igual tamaño, que hacía las veces de almacén. Un equipo de apoyo le traía la comida y el agua, al menos, dos veces a la semana. Además, le proporcionaban combustible para su hornillo de camping, el correo, baterías para el teléfono móvil, cintas para el cassette y todo lo que ella necesitara en su retiro voluntario. El equipo de apoyo, igualmente, le retiraba sus desperdicios.

Julia se bañaba con una esponja y rara vez se lavaba las plantas de sus pies, ya que la savia acumulada en ellos le ayudaba a sujetarse mejor cuando trepaba por las ramas.

Dormía unas pocas horas seguidas, siempre que el viento no aullara demasiado fuerte o no balanceara el árbol demasiado. Algunas veces, la tormenta la mantenía en vela durante días y, en esos casos, no veía a otra persona en dos semanas. Por las noches, se arropaba completamente con una manta y sólo dejaba asomar la nariz para respirar. Durante el invierno, se ponía muchas capas de ropa, para así poder conservar mejor el calor corporal.

Empleaba la mayor parte de su tiempo escribiendo cartas, poemas, postales de Navidad, etc. Leía recortes de prensa y concedía entrevistas de radio a través de su teléfono móvil. Su mensaje siempre se centraba en el mismo punto: los viejos árboles secuoyas no deberían ser talados porque ya sólo quedan un 3% en todo el mundo.

Mientras tanto, la compañía responsable de la tala de los árboles intentaba minar la moral de Julia y para ello emplearon todo tipo de artimañas. A los pocos meses de iniciar Julia la protesta, la empresa comenzó a acosarla con focos y ruidos constantes, realizados por guardias de seguridad, durante las 24 horas del día.

Pensaron que así la harían desistir, pero no lo consiguieron. En cierta ocasión, le enviaron un helicóptero para que, en vuelos bajos, le enviara ráfagas de viento de casi 160 km por hora. Otra de las estratagemas que emplearon fue talar los árboles más próximos a su plataforma, de tal modo que podían romper muchas ramas de “Luna” cuando caían. Julia estaba muy asustada, pero no se doblegó en ningún momento. Finalmente, la compañía suspendió sus prácticas de intimidación.

El “hogar” de Julia, en lo alto de la secuoya, estaba inmerso en un ambiente muy hostil para el ser humano. Estaba constantemente expuesta a la lluvia, al granizo, la nieve, e incluso, vientos de invierno de cerca de 140 kilómetros por hora. Más de una vez, Julia habló a “Luna” para darse moral durante las violentas tormentas que duraban horas. “¡No lo haré nunca más!”, se lamentó durante uno de esos temporales. Y rezó.

“Me agarré a “Luna” y le dije: ¡Luna, estoy aterrorizada, voy a morir!… Y ella ¡me habló! Fue increíble, porque me dijo algo que nadie que estuviera allí podía haber dicho para ayudarme. Dijo: «En la tormenta, los árboles tienen permitido balancearse con el viento, Julia…Ahora no es el momento de hacerse fuerte o caerás. ¡Déjate balancear por el viento. Déjalo ir, déjale ir…!”. Julia admite que hablarle a un árbol suena a locura, pero fue el momento de aplacar su soledad y su impotencia durante la tormenta: “Di mi vida al Universo la primera noche- escribe en su diario-. Pedí a Dios que me usara como un buque, así que calculo que tienes que ser muy cuidadosa con lo que pides”.

Julia es hija de un pastor retirado y sabe utilizar sus palabras. Su infancia transcurrió en iglesias y en una caravana que su padre conducía de una ciudad a otra. Estaba acostumbrada a pequeños espacios y a las privaciones, pero todo eso le sirvió para vivir en Luna.  «Gran parte de la predicación de mi padre era aplicar la Biblia a nuestra vida diaria para hacernos mejores personas».

Julia lleva esas enseñanzas en el corazón y se considera una persona muy espiritual, pese a que no quiere identificarse con ninguna religión institucional: “Existe una falta de realización en la gente. La sociedad nos ha insensibilizado y nos hace creer que estamos en la Tierra sólo para ganar dinero. Yo era parte de ese sistema. Gané mucho dinero y jamás me sentí completamente realizada”.

Julia había sido modelo y gerente de un restaurante, pero en su interior había un vacío imposible de llenar. Por eso se subió al árbol. Su terquedad natural, dice, es lo que le llevó a perseverar. Julia cree que lo que ha vivido es una prueba palpable de que todos podemos hacer algo diferente, aunque ello nos suponga un periodo de crisis.

El 18 de diciembre de 1999 Julia descendió de Luna con las manos verdes del musgo y los pies encallecidos, en medio de una gran ceremonia y entregando esta carta. Culminó con éxito las negociaciones con la maderera quién se comprometió no sólo a respetar a Luna y todos los árboles cercanos en un radio de 60 metros, sino a incluir una política medioambiental en todos sus futuros trabajos.

“Entiendo que todos estamos gobernados por diferentes valores. Para algunas personas, soy una “hippie” pegándose a un sucio árbol. Pero no entiendo por qué alguien tiene que utilizar una motosierra contra “Luna”. Alguien que quiera talar un árbol como este, debería vivir primero dos años en él”, explicó Julia a los periodistas, nada más descender del árbol. Ese fue un día muy emotivo. Julia, que había descendido poco a poco por sus ramas y su enorme tronco de tres metros de diámetro, cayó de rodillas sobre el suelo y besó al gigantesco secuoya que durante dos años la acogió entre sus majestuosas ramas.

Hoy en día Julia sigue al frente de un importante grupo ecologista y activista. Ayudó a crear la ONG Circle of Life”, participando regularmente en muchos de los “Tree-Sit” fecundados con su hazaña y desperdigados por todos los rincones del planeta verde. Contó su experiencia en la copa de Luna en el Libro “El legado de Luna” impreso en papel reciclado y bajo el sello de tolerancia ecológica “SmartWood Certified“.

“Deberíamos trabajar para crear productos reciclados, usar energías alternativas, como la solar, reducir el uso de pesticidas y desechos de consumo, y fabricar productos de papel obtenidos del cáñamo, que tarda seis meses en crecer; en lugar de los árboles, que tardan 20 años”, comenta Julia.

“…Permaneciendo en la unidad, la solidaridad y el amor, sanaremos las heridas en la tierra y en cada uno de nosotros. Podemos marcar la diferencia positiva a través de nuestras acciones…” Julia Butterfly Hill

En noviembre de 2001 un desaprensivo buscador de reliquias, intentó cercenar a Luna y asestó un tajo con motosierra de 35 centímetros de profundidad en su cepa. Desde entonces unas gigantescas grapas consolidan el árbol.

Julia Butterfly Hill consiguió encontrar el desafío de su vida.
¿Y tú ya encontraste el tuyo?

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